Es un paciente que recién empiezo a atender.
Llega por sugerencia de su mujer, que hizo consultas en el equipo de familia
que integro en un Centro de Salud porteño. Ella consigue mi número y se lo
pasa. El llama y concertamos una entrevista.
Su preocupación son las recurrentes crisis de
pareja que atraviesan desde que empezaron a salir hace diez años. Cumplió 44 y
es su segunda convivencia. Tienen un hijo. Habla a borbotones, sin parar. Está
subido a una moto lanzada a toda velocidad. Una moto que lo identifica, más
allá de que sea su instrumento de trabajo y causa de varios accidentes, el
último con riesgo cierto de muerte. La dinámica de la separación/reconciliación
cíclica de su pareja también trascurre sin palabra reflexiva, sin pensar juntos
qué les pasa. La palabra es acción, agresión.
Por tramos, va reconstruyendo su historia para
presentarse. Siente que está desordenada. “No se cómo va entender mi vida. Se
la cuento a pedazos”, dice. Sus padres se separaron cuando él tenía pocos años.
Quedó viviendo con la madre, que fallece a sus 18 años. Empieza a convivir con
una novia, dos años menor. Es entonces que retoma el vínculo con el padre, que
había formado otra pareja. “Mi viejo era muy habilidoso con las manos, como
yo”, acota. El padre también muere a los pocos años. No quiere que su hijo
crezca como él, sin tener al padre a su lado.
Un día llega y dice “¿Por qué me boicoteo?” Devuelta
la pregunta, relata que tiene otra moto –la Colo, la llama—, guardada en un
garage y que pretende repararla. Sabe cómo desarmarla, adquirió los repuestos y
obtuvo el compromiso de su mecánico de auxiliarlo gratis en el proceso de
armado (“Invitame a cenar y lo hacemos”, le dijo). Sin embargo, trascurrió el
fin de semana y no pudo hacer nada. “Me boicoteé”, concluye.
Sigue hablando, en su estilo, de otras cosas.
Recuerda que su hijastra de veinte años, que vive sola y está iniciando una
trayectoria de rapera, lo consultó por un show que intenta producir, dada su
fugaz experiencia de manager de grupos alternativos de rock, años atrás.
Charlaron cuando fue a almorzar el domingo con ellos.
Pasa luego a relatar que Laura (la hijastra)
encontró en la madrugada del jueves anterior a Ana (una muchacha de 17, abandonada
por su madre que vive con la abuela de Laura) y la llevó con ella a su casa.
Están preocupados por Ana. Tanto él como
Susana, su mujer. Escapó de su alojamiento porque la abuela de Laura la
maltrata. Susana (la hija), que también sufrió esos maltratos, se identifica
con Ana y pretende refugiar a la muchacha con ellos y dejar librada a su suerte
a la madre, que a los ochenta años se encuentra postrada en una habitación de
hotel.
“Siento que esto se me cae encima y no sé qué
hacer”, relata. Quiere ayudar a Ana, incluso financiando por un tiempo una
pensión hasta que se consiga un trabajo y sabe, también, que no pueden
abandonar a su suegra, que requiere de cuidados cotidianos para las cosas más
elementales. Pero no quiere a Ana en su casa, ni tampoco a su suegra. “Esta es
la moto que no podés armar”, le digo y se queda perplejo. “La Colo es fácil.
Con ésta, ¿qué podés hacer?”
Se pone a pensar en la compleja trama que lo
envuelve. Trata de identificar alternativas a su disposición. Riesgos de cada
paso. Le sumo recursos posibles y lo ayudo a reconocer las dificultades que
afronta. Comienza a analizar el problema. ¿Será el comienzo de su análisis?