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miércoles, 19 de abril de 2017

El Motoquero

Es un paciente que recién empiezo a atender. Llega por sugerencia de su mujer, que hizo consultas en el equipo de familia que integro en un Centro de Salud porteño. Ella consigue mi número y se lo pasa. El llama y concertamos una entrevista.

Su preocupación son las recurrentes crisis de pareja que atraviesan desde que empezaron a salir hace diez años. Cumplió 44 y es su segunda convivencia. Tienen un hijo. Habla a borbotones, sin parar. Está subido a una moto lanzada a toda velocidad. Una moto que lo identifica, más allá de que sea su instrumento de trabajo y causa de varios accidentes, el último con riesgo cierto de muerte. La dinámica de la separación/reconciliación cíclica de su pareja también trascurre sin palabra reflexiva, sin pensar juntos qué les pasa. La palabra es acción, agresión.

Por tramos, va reconstruyendo su historia para presentarse. Siente que está desordenada. “No se cómo va entender mi vida. Se la cuento a pedazos”, dice. Sus padres se separaron cuando él tenía pocos años. Quedó viviendo con la madre, que fallece a sus 18 años. Empieza a convivir con una novia, dos años menor. Es entonces que retoma el vínculo con el padre, que había formado otra pareja. “Mi viejo era muy habilidoso con las manos, como yo”, acota. El padre también muere a los pocos años. No quiere que su hijo crezca como él, sin tener al padre a su lado.

Un día llega y dice “¿Por qué me boicoteo?” Devuelta la pregunta, relata que tiene otra moto –la Colo, la llama—, guardada en un garage y que pretende repararla. Sabe cómo desarmarla, adquirió los repuestos y obtuvo el compromiso de su mecánico de auxiliarlo gratis en el proceso de armado (“Invitame a cenar y lo hacemos”, le dijo). Sin embargo, trascurrió el fin de semana y no pudo hacer nada. “Me boicoteé”, concluye.

Sigue hablando, en su estilo, de otras cosas. Recuerda que su hijastra de veinte años, que vive sola y está iniciando una trayectoria de rapera, lo consultó por un show que intenta producir, dada su fugaz experiencia de manager de grupos alternativos de rock, años atrás. Charlaron cuando fue a almorzar el domingo con ellos.

Pasa luego a relatar que Laura (la hijastra) encontró en la madrugada del jueves anterior a Ana (una muchacha de 17, abandonada por su madre que vive con la abuela de Laura) y la llevó con ella a su casa.

Están preocupados por Ana. Tanto él como Susana, su mujer. Escapó de su alojamiento porque la abuela de Laura la maltrata. Susana (la hija), que también sufrió esos maltratos, se identifica con Ana y pretende refugiar a la muchacha con ellos y dejar librada a su suerte a la madre, que a los ochenta años se encuentra postrada en una habitación de hotel.

“Siento que esto se me cae encima y no sé qué hacer”, relata. Quiere ayudar a Ana, incluso financiando por un tiempo una pensión hasta que se consiga un trabajo y sabe, también, que no pueden abandonar a su suegra, que requiere de cuidados cotidianos para las cosas más elementales. Pero no quiere a Ana en su casa, ni tampoco a su suegra. “Esta es la moto que no podés armar”, le digo y se queda perplejo. “La Colo es fácil. Con ésta, ¿qué podés hacer?”


Se pone a pensar en la compleja trama que lo envuelve. Trata de identificar alternativas a su disposición. Riesgos de cada paso. Le sumo recursos posibles y lo ayudo a reconocer las dificultades que afronta. Comienza a analizar el problema. ¿Será el comienzo de su análisis? 

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